El pasado viernes 7 de octubre se presentó Claudia Sheinbaum ante las diputadas y diputados locales a decir el mismo monólogo que cuatro días antes les había dicho a los militantes de Morena en el Auditorio Nacional. Un discurso insulso, una Jefa de Gobierno desanimada y posicionamientos de los grupos parlamentarios insustanciales. Sin duda, un evento que no pasará a la historia. Pero, ¿cómo es que llegamos a formatos de "informes" tan irrelevantes?

Este cuarto informe de Sheinbaum fue la 34ª. ocasión que la persona responsable de la Administración Pública de la capital del país acudió a comparecer al órgano de representación popular de la Ciudad (antes Asamblea de Representantes del DF, luego Asamblea Legislativa del DF, y finalmente Congreso de la CDMX). Quien más veces ha asistido al Recinto de Donceles a dar su informe, ha sido Marcelo Ebrard, con 6 ocasiones (2007-2012), y de hecho es el único Jefe de Gobierno que ha concluido el sexenio para el que fue electo. Con 5 informes, le siguen su mentor, Manuel Camacho (1989 – 1993) y su sucesor, Miguel Ángel Mancera (2013 – 2017); el sucesor de este último (José Ramón Amieva), por cierto, ha sido el único que no se ha presentado personalmente a dar su informe (2018). Con 4 informes están empatados Oscar Espinosa Villarreal (1994 – 1996, pues, por una reforma al Estatuto de Gobierno, en 1995 dio su informe dos veces, en marzo y septiembre), Andrés Manuel López Obrador (2001 – 2004) y ahora Claudia Sheinbaum (2019 – 2022). Con 2 informes están empatados Cuauhtémoc Cárdenas (1998 – 1999) y Alejandro Encinas (2005 – 2006); y finalmente, acudieron solamente en una ocasión para dar su informe Manuel Aguilera (1994) y Rosario Robles (2000).

En estos 33 años de informes capitalinos en el recinto de Donceles, los formatos a través de los cuales se han desahogado las sesiones ante los diputados (antes asambleístas) se han ido modificando abruptamente, a tal grado, que lo que vimos el viernes con Claudia Sheinbaum no tiene nada que ver con lo que se veía en las comparecencias de Manuel Camacho. En efecto, las modificaciones al formato han mermado gravemente lo que debería ser un verdadero ejercicio de rendición de cuentas y de intercambio de opiniones entre el titular del Ejecutivo y los representantes del Legislativo. Veamos.

Contrario a lo que podría pensarse, en la época de las regencias priistas los formatos eran verdaderos ejercicios de debate y de diálogo entre el compareciente y los asambleístas. Desde el primer informe de Manuel Camacho (1989) hasta el último informe de Oscar Espinosa (1997), el formato fue el siguiente: 1.- el Jefe del Departamento del DF presentaba su informe; 2.- cada Grupo Parlamentario daba su posicionamiento hasta por 20 minutos, 3.- primera ronda de preguntas por grupo parlamentario, que era contestada, una a una, e inmediatamente, por el compareciente; 4.- segunda ronda de preguntas y respuestas, que también se contestaba una a una por el compareciente. Eran sesiones maratónicas que en ocasiones terminaban ya de noche.

Pero todo cambió con la llegada de la izquierda al Gobierno capitalino. Para el primer informe de Cuauhtémoc Cárdenas en 1998, la mayoría del PRD decidió que el informe ya no fuera una comparecencia, sino monólogos: primero daban su posicionamiento los grupos parlamentarios, y luego emitía su mensaje el Jefe de Gobierno, y no más; al menos, para su segundo informe (1999) los diputados de la mayoría "concedieron" una ronda de preguntas que el Jefe de Gobierno contestaba en bloque.

Con la llegada de la pluralidad a la Asamblea Legislativa en el 2000 (cuando el PRD no tuvo mayoría), se acordó un formato un poco más digno de una comparecencia: posicionamiento de los grupos parlamentarios, mensaje de la Jefa de Gobierno (Rosario Robles), y dos rondas de preguntas, que eran contestadas una a una por la compareciente; no obstante, para el primer informe de López Obrador (2001), se eliminó la segunda ronda de preguntas. Ese mismo formato (posicionamientos, informe, y una ronda de preguntas que se contestaba una a una) duro hasta 2006.

Luego, en 2007, para el primer informe de Ebrard y siendo Víctor Hugo Círigo el Presidente de la Comisión de Gobierno de la Asamblea, el formato volvió a abrirse al diálogo y la rendición de cuentas: primero el mensaje del compareciente, luego los posicionamientos de los grupos parlamentarios, después una contrarréplica del Jefe de Gobierno, posteriormente una ronda de preguntas que se contestaban una a una, luego una contrarréplica de los grupos parlamentarios, y finalmente, un último mensaje del Jefe de Gobierno. Lamentablemente, ese avance democrático sólo duró dos años (2007 – 2008), pues en 2009, de nueva cuenta, el formato se cerró al diálogo: posicionamientos de grupos y mensaje del Jefe de Gobierno, y no más; con ese limitado formato Ebrard dio sus últimos cuatro informes (2009 – 2012).

Quizá con el temor de su falta de pericia política, a Miguel Ángel Mancera el PRD lo protegió demasiado. Durante sus dos primeros informes (2013 – 2014), el Jefe de Gobierno simplemente no escuchó a los grupos parlamentarios, ya que estos emitían sus posicionamientos, y sólo hasta que concluían llegaba el Jefe de Gobierno a emitir su informe; como "compensación" a esta falta de diálogo, el PRD aceptó que en ese acto se le entregaran por escrito preguntas parlamentarias al Jefe de Gobierno, quien tenía treinta días para contestar, también por escrito.

Para 2015 el formato regresó al posicionamiento de los grupos (con la presencia del Jefe de Gobierno) y el informe del compareciente, sin ningún intercambio de opiniones; y desde entonces este formato ya no se ha movido. Así llegamos al cuarto informe de Claudia Sheinbaum, con los monólogos de cada grupo parlamentario, y el monólogo de la Jefa de Gobierno, sin la menor oportunidad de que, en un verdadero ejercicio democrático, exista la posibilidad de que los integrantes del Legislativo intercambien palabra alguna con la titular del Ejecutivo.

Quién diría que con la llegada de los gobiernos de izquierda a la Ciudad se habría de cancelar el real ejercicio democrático de rendición de cuentas que sí ofrecieron los gobiernos priistas a finales del siglo XX en la capital, justo aquellos regentes priistas que ni siquiera eran electos democráticamente a través de las urnas.

El cuarto informe de Claudia Sheinbaum no tiene nada que ver con un ejercicio democrático de rendición de cuentas. Tan le es irrelevante al grupo en el poder este acto constitucional, que decidió tratar al Congreso como un plato de segunda mesa, pues a los diputados les fue a decir exactamente lo mismo que les dijo a sus simpatizantes cuatro días antes en el Auditorio Nacional. Sheinbaum sólo toma decisiones pensando en ser la corcholata destapada por su destapador AMLO, y por ello hasta se dio el lujo de cambiar la fecha de su informe (históricamente se realizaba el 17 de septiembre), para poder organizar de mejor manera sus eventos de promoción personalizada y actos de precampaña, so pretexto del informe.

El uso del cargo público para fines de promoción personalizada también es corrupción. Sheinbaum sigue acrecentando su larga lista de violaciones a la legislación electoral. Lo único que deja claro es su inseguridad y su falta de conocimiento de la realidad de la CDMX, que tan frágil como el cristal se asume en su gestión, incapaz de sostener un diálogo republicano, pues soló sabe aparecer ante audiencias afines y con spots pagados.