Los chineros no roban para amasar una fortuna, ni siquiera para alimentar a su familia, la mayoría de ellos lo hace para pagar su adicción a las drogas.
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Actualmente para ser chinero se necesita estar influenciado por algún estupefaciente, de este modo los ladrones adquieren fuerza y velocidad para sorprender a sus víctimas, tomarlas por el cuello hasta cortarles la respiración y quitarle todas sus pertenencias mientras caen desmayadas al suelo.
Antonio Páez Victoria, oriundo del barrio de la Merced, es un “chinero” retirado, luego de pasar 20 años en prisión ahora pretende llevar una vida “por la derecha”.
A sus 55 años su semblante es más parecido al de un anciano, su cara demuestra los golpes que le ha dado la vida, pues su nariz está completamente deshecha a consecuencia de las constantes peleas dentro y fuera de la cárcel.
De tez morena y complexión delgada el ex delincuente también conocido como “Fantomas” (un personaje de ficción de los años 60´s caracterizado por ser un ladrón que buscaba superarse a sí mismo en cada robo) ahora vende cerillos y canguros en la calle de Rosario a unos pasos de la Nave Mayor de la Merced.
Cuando formaba parte de una banda de “chineros” Páez Victoria se encargaba de dormir a sus víctimas, sin embargo, desde hace algunos años ya no aplica esta llave mortífera.
En entrevista con El Big Data, el ex “chinero” reveló que para ser miembro de una banda se empieza como vigilante, la clave está en buscar a una víctima que camine sola en las inmediaciones de la Merced por las calles General Anaya, Rosario, Carretones, Adolfo Gurrión, entre otras.
Una vez que se identifica quien carga el “sapo” (fajo de billetes) un grupo de tres sujetos lo amaga, el primero rodea su cuello con su brazo para ejercer presión en la garganta y cortarle la respiración, mientras esto sucede el segundo debe golpearle el estómago para sacarle el aire.
Mientras estas dos personas le quitan todas sus pertenencias a su víctima, el tercero se encarga de vigilar y alertar a sus compañeros en caso de que se acerque la policía o agentes ministeriales.
La maniobra puede aplicarse a mitad de la calle pero siempre es mejor hacerlo entre los puestos de la Merced o empujar a la víctima dentro de un local, dicho estilo de robo se ha convertido muy popular en las calles de la Merced y por lo regular se ataca a personas que van solas.
“El secreto es que lo duermes porque pierdes la respiración y pierdes el conocimiento, no lo debes de apretar mucho, cuando ves que ya aflojó lo sueltas, bueno tampoco lo vas a soltar de golpe porque se va a dar en su madre, se va a golpear en la cabeza.
“Entonces hay que tenderle su camita para que no se de en la madre, bueno, hay de todo, hay gueyes que ya le sacaron el resto y pum, lo tiran, chingue a su madre, pero esa no es la ética”, relató.
Páez Victoria asegura que a diferencia de otros tipos de ladrones en esta profesión no hay maestros, se aprende viendo.
Después de que un principiante se instruye a identificar personas cargadas con “el sapo” llegan al segundo nivel, “el báscula” o encargado de sustraer pertenencias después de golpear el estómago de la víctima, el último puesto jerárquico es el de “chinero”, maestro en aplicar la llave que quita la respiración.
“Cuando un chinero es novato te toca basculear y a través del tiempo te dicen ahora te dicen ahora te toca a ti, es fácil, es sencillo, no se necesita mucha ciencia, nomás hay que meter el brazo bien en el cuello, ya estando bien prendido para que se safe ese cabrón está bien pelada.
“Uno llega por detrás, lo pescuezea, otro llega de frente y le saca el aire para que afloje y el otro debe de estar al tiro de que no venga la policía, hay muchos que son buenísimos para apretar, chaparritos así agarran a unos gorilones y no se les van”, abundó.
Para realizar este tipo de robos no se necesita hacer ejercicio, a decir del ex ladrón la mayoría tienen vicio a alguna droga y más bien tienen maña.
Sin embargo, es más difícil “chinear” a la gente debido a que en las inmediaciones de la Merced todos los transeúntes los observan y hasta identifican, por lo que se vuelven un blanco más fácil de atrapar para la policía.
Al mismo tiempo, si un chinero no tiene la velocidad suficiente para atrapar a su víctima, corre el riesgo de que ésta se defienda, un caso similar ocurrió principios de junio pasado, cuando un ex militar baleó a una banda de “chineros” que pretendía robarlo, todo el caso fue documentado por esta casa editorial.
“Es más difícil chinear que ser carterista, porque con la china todo mundo te ve, y si eres pendejón a la hora que le vas a meter el brazo el otro se voltea con el cuete y te toca un balazo, pero el carterista no porque gana limpio, esos sí necesitan un maestro, debes ser muy chingón, muy limpio para que no te atoren”, dijo.
Aunque la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) encabezada por Raymundo Collins, presume de los operativos que se realizan en la zona de la Merced, para el ex chinero muchas bandas trabajan en complicidad de la policía.
Cuando formaba parte de una banda los agentes de la entonces Policía Judicial les cobraban cuotas de 200 mil o 300 mil pesos por dejarlos trabajar, por lo tanto no descarta que ahora siga siendo lo mismo.
“Los agentes ya te conocían, te quitaban el botín de guerra o si veían que era una cantidad considerable te tocaba algo, porque había veces que ellos mismos te ponían.
“Trabajas con ellos y hasta robas con más confianza. Si te agarraba un azul llegaba la policía judicial y te soltaban”, relató mientras ofrecía sus productos a los paseantes.
Para Páez Victoria, este tipo de robos van en decadencia debido a que las nuevas bandas no siguen un código de ética, pues en sus tiempo no se robaba a personas de la tercera edad u hombres que fueran acompañados por sus familias y ahora éstas se han vuelto prácticas comunes.
La vida criminal del maestro “chinero” comenzó a sus doce años cuando se drogaba con adhesivos conocidos como “cemento”, en ese entonces aprendió a robar los monederos de las mujeres que entraban al mercado a comprar su canasta del mandado.
“En ese entonces era lo que se estilaba, veías a las señoras guapetonas y esa era la de provecho, como estaba morro me escabuía de volada.
“En ese entonces la Policía Judicial te agarraba y te daban en tu madre de huevos, si te querían chingar te clavaban alguna droga y el comandante mandaba a que te dieran pocitos, toques y cuantamamada ahí en Tlaxcoaque cuando el Negro Durazo”, dijo mientras movía una y otra vez su carrito con cerillos para abrirle paso a las camionetas que visitan el centro de abastos.
Su segundo trabajo fue en una banda de “cortineros”, éstos se encargan de abrir los locales comerciales luego de reventar sus candados y abrir las cortinas con ayuda de un gato hidráulico.
En aquel entonces únicamente necesitaban un diablo para cargar la mercancía, esperaban a que diera las cuatro de la mañana para mezclarse con otros trabajadores de la Merced y así daban el golpe.
“No había mucha maldad, la gente era más confiada, entonces no había cámaras no había perros, ahora meten perros a las bodegas, había candados, muy raro era el que tenía chapas, ahora le ponen una cortina y otra y hasta un chingo de candados, antes unas alicatas y pum abrías los candados, se metían dos o tres, preparaban la merca y a cargar el diablo”, abundó.
Debido a los constante atracos pasó más de veinte años de su vida tras las rejas, la primera vez fue a parar al tutelar de menores en la colonia Obrero Mundial, la última vez que estuvo encerrado fue por asaltar una lechería Conasupo por lo que pasó diez años en el reclusorio Norte.
Luego de toda una vida de hurtos, el ex ladrón asegura que es mejor trabajar honradamente y alejarse de los vicios, pues a su edad no ha podido consolidar un patrimonio propio, sólo cuenta con un terreno que le heredaron sus padres.
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